viernes, 31 de julio de 2009

No importa la estación para embriagar el brillo que destila mi tristeza. Aún gozamos de tiempo para amarnos, creer en las cartas y en los astros, mientras el corazón borra el brillo entristecido de la agonía para siempre. Se rasgará encolerizado y celoso el cielo. Volarán rayos y centellas como platos y palabras soeces. Nada detendrá al desesperado escape. Por ti renuncié a los placeres mundanos. Perdí la razón, el alma, la vida. No existen segundas oportunidades, si se renuncia al amor. Vivo sin prisa, abrigado a la esperanza de los hilos de la muerte. Nadie imagina lo soportado y lo sentido con angustia y zozobra, durante casi una vida. El desespero y la angustia camuflaron la perdición. Alteraste el sueño de la monotonía, la brisa, el grito y el eco de las voces muertas. Sembraste ilusiones pobladas de recuerdos. Pienso que aprendiste a leer el dolor, la alegría o el miedo, olfateando las palabras o las miradas; o a compadecer en silencio, si veías a alguien vendiéndole su alma al demonio. Cuántas auroras o crepúsculos pintaron añoranzas en tu mirada después de apagar el fuego de la piel. La sensación de nuevas brisas, de aires con nuevas emociones, viviendo sensaciones de placer, pieles exóticas, pieles frías, pieles sensuales, pieles muertas, paseándose de un lado hacia otro, como enjauladas dentro del absurdo carrusel de las inmigraciones y emigraciones, de los sentimientos de las hormigas. Cuántas veces te sentarías a descubrir historietas en las miradas. A percibir cómo Madrid, New York, París, Frankfurt o Buenos Aires eran mundos totalmente diferentes para los ojos y el corazón de esos extraños. Cuántos corrían desbocados contra las manecillas de sus relojes, como plumones intercontinentales a la deriva sobre las alas del viento. Viviste como un sueño de hadas los mejores años de tu vida, o como un bucanero destrozando sueños e ilusiones fugaces. Cuántas veces verías a la tierra como un tapete rojo extendido a tus pies, o llorarías de nostalgia, escondida entre las últimas sillas, añorando el abrazo de ese niño que jamás tendrías en tu vida; encontrar una chimenea encendida, una botella de vino y unas rosas. Cuántas veces te preguntarías ¿En dónde estoy? ¿Para dónde voy? ¿Cuándo dejaré de soñar y me desembarcaré para construir mi propio espacio? Tantos sueños, tantas ilusiones ¡bellas y fugaces!, como la sensación de los besos, de las caricias con promesas incumplidas. Aprendiste a no ilusionarte para no sufrir con las despedidas. Cuántas noches paseaste cerca de la luna o se broncearon tus sueños más cerca del sol. Cuántas veces te arrulló el viento, como si soñaras dentro del útero de una cuna. Tu mundo lo construiste en las nubes y allí edificaste realidades. Ahora abres tú vivencidiario cuando deseas dejar volar a tu imaginación por el pasado. Te cansaste de espolear tus sueños y de danzar sobre las llamas con la irreverencia de las hadas. Desde la buhardilla, tus dedos luminosos construyen versos con recuerdos, que reinventas para no emborrascar el sosiego, de lo que se escribió con pasión sobre las arenas de la memoria. ¿Cuántas estrellas tocaste con la punta de tus dedos? Eres el lucero en la oscuridad de mi infinita noche invernal. Eres el licor que me embriaga en los días de hielo. Te siento como un talismán que me regaló el cielo para enmendar las heridas de mis sueños. Sé que tienes espíritu de mariposa como todas las mujeres hermosas; y para ti el cielo siempre será una pradera azul, para que la galopen los caballos blancos cuando se desbocan como la música de los cabellos de los amantes. Para vivir un gran amor, se necesita una pronta entrega.

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